La rebelión de los vagabundos, de Antonio López Alonso (Ediciones Irreverentes)
16 euros - 204 páginas - ISBN: 978-84-96959-63-7
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Obra creativa de Antonio López Alonso, editada por Ediciones Irreverentes, Edaf, La Universidad de Alcalá y otras. Premio de relatos "Antonio López Alonso".
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Antonio López Alonso, que fue finalista y Mención Especial del Jurado en la primera edición del premio, se une en la lista de ganadores al manchego Francisco Nieva, al madrileño Antonio Gómez Rufo, a la Ibicenca Carmen Matutes y al asturiano Perdo Antonio Curto .
El escritor zamorano Antonio López Alonso se ha proclamado ganador del V Premio Nacional de Novela Ciudad Ducal de Loeches con su obra “La rebelión de los vagabundos”, una trama dura que nos sumerge en el mundo de las personas con problemas psicológicos, en el dolor y la impotencia de sus familias, en la soledad y la miseria de aquellos que bien por problemas psicológicos o por el uso de alcohol y drogas acaban convertidos en vagabundos, en seres sin ningún derecho.
Antonio López Alonso partió para escribir esta extraordinaria novela de una noticia aparecida en los periódicos; un vagabundo al que unos jóvenes quemaron vivo mientras dormía en una cabina de teléfono. A partir de este hecho, Antonio López Alonso elabora una teoría sobre la violencia de la sociedad actual, sobre la pérdida de derechos, sobre la vulgaridad y la miseria de un mundo que se nos ofrece como el mejor posible. López Alonso nos lleva desde las principales calles madrileñas a los descampados donde se amontonan en chabolas quienes nada pueden esperar de la vida, y nos hace llegar a las últimas páginas de la novela sintiendo palpitar una duda: ¿llegarán a rebelarse algún día, cercano, quienes nada tienen?
El autor: Antonio López Alonso (Trefacio, Zamora, 1954) es catedrático de Traumatología y Ortopedia de la Facultad de Medicina de la Universidad de Alcalá de Henares, de la que ha sido decano. Al margen de su labor científica, es autor de 26 libros (biografía, ensayo, poesía, novela y teatro). Su último gran éxito ha sido la novela “El fotógrafo y la muerte” (Suma de Letras). Es autor de obras como “La angustia de Federico García Lorca” (Edaf), “A Miguel Hernández lo mataron lentamente” (Ediciones Irreverentes), los estudios "Santa Teresa de Jesús, enferma o santa" y "Juan Negrín, del aula a las trincheras" (Ambas editadas por Universidad de Alcalá de Henares) la novela “Tierra de sombras y de luna”, finalista y Mención Especial del Jurado del primer Premio Nacional de Novela Ducado de Loeches. Dos de sus poemarios (Interiores y Reflejos de un árbol caído) han sido prologados por Claudio Rodríguez.
Las obras finalistas.
El jurado del Premio seleccionó 6 obras de entre las que han salido el ganador y las 2 finalistas.
Estas obras son:
Finalistas: La novela “Abril hace lo que quiere”, de Arquímedes González, autor nicaragüense residente en Holanda, y “La titiritera” de Harol Gastelu Palomino (Perú).
Las 3 obras preseleccionadas como finalistas fueron: “Sed negra”, del español Andrés Fornells, “Callejones de Arbat” de Antonio Álvarez Gil, cubano residente en Suecia, e “Hilvanando el destino” de la española Concha Casas Gálvez.
Ediciones Irreverentes ha recibido 82 novelas procedentes de 14 países. Se han presentado 18 novelas más que en la edición anterior:
La distribución de obras recibidas por países es:
España, 54 obras recibidas
Argentina 7 obras.
3 obras: EEUU, Perú, Holanda.
2 obras: Cuba, Bolivia, Uruguay, Colombia.
1 obra: México, Venezuela, Alemania, Suecia.
Los ganadores de las cuatro primeras ediciones fueron: Francisco Nieva, Antonio Gómez Rufo, Carmen Matutes y Pedro Antonio Curto.
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Si bien el libro está distribuido a nivel nacional, ha despertado especial interés en toda Castilla León. He aquí una relación de librerías castellano leonesas en las que el libro puede encontrarse en la actualidad.
EL TARTAMUDO
Moisés era tartamudo desde que nació.
Creció como todos los niños de su pueblo, pero en la escuela se entristecía siempre que el maestro le sacaba al encerado y le preguntaba cosas que venían en los libros: los ríos, las montañas, el pronombre y como se juega con los números.
Pero a Moisés la tristeza se le huía de la cabeza en cuanto se sentaba en su pupitre.
Había aprendido de la naturaleza, que el murmullo del río era entrecortado, que la lluvia hablaba cuando le venía en gana, y que el viento tenía un lenguaje intermitente.
Conforme se fue haciendo mayor, fue aprendiendo que en la vida nadie es perfecto: a unos les faltaba una mano, otros caminaban saludando, los ciegos nada veían, los árboles mueren en otoño e incluso la inteligencia, la esperanza y la bondad se proclamaban de muy distintas formas en el alma de los hombres.
El propio amor de sus padres, hermanos y amigos era bien distinto.
Nada en este mundo tenía el privilegio de la equidad.
Por eso, Moisés, no se desesperó nunca porque las palabras que salían de su boca tuvieran el estigma de la torpidez.
Él era así y como se aceptaba, en cierto modo la felicidad se amasaba en él.
- "Lo importante es seguir caminando… ca… mi… nos". Se decía para sí una y otra vez.
Y se hizo mayor.
Y su deseo de saber, no se aquietó. Muy al contrario: expresó a sus padres la necesidad de incorporarse a la Universidad.
- Si tu quieres, vete; le dijeron.
- Quiero ser abogado para defender a los culpables inocentes.
Un silencio brotó en el espacio virtual en el que se teje el amor entre padres e hijos y que se refleja en la mirada compartida del consentimiento.
- Haz lo que te haga feliz.
En el pueblo la gente se preguntó como un muchacho que apenas si podía sacar las palabras, elegía la voz bien expresada para caminar por la vida.
Cundió la perplejidad.
Guiado por su afán de superación, -ya en las aulas-, se presentó a delegado de curso, de Facultad, al Consejo de Estudiantes, percatándose en profundidad por primera vez en su vida del valor de la palabra, y que, con frecuencia, más importante de lo que se dice es la forma de decirlo: vocalización, dicción, morfología, ritmo, intensidad.
Tenía, -pensó-, todas las de perder en el MUNDO DE LAS APARIENCIAS.
Intentó expresarse con frases cortas cuyo contenido fuera bien entendido: "probablemente no sea cierto"; "quizás sea mejor esperar"; "debemos de buscar la verdad".
Pero nunca fue elegido ni delegado de Curso, ni de Facultad, ni del Consejo de Estudiantes.
No le importó. Terminó su carrera. Y cuando se licenció se dió cuenta cada vea con más convencimiento que la gente que hablaba mucho se equivocaba con frecuencia y que el diálogo comedido era un acontecimiento extraño.
Empezó a trabajar con abogados que manejaban la palabra con astucia, picardía y exigencia. Pero en sus corazones predominaba las ansias de poder, de acumular dinero, el rito, la apariencia, todo aquello que escapa a la VERDAD.
Quizás en esto tuvo mala suerte: de todo hay en la vida.
Y regresó.
Retornó al pueblo que le vio nacer.
Y meditó acerca de la existencia, de la relatividad de la palabra, de la autenticidad del silencio y de la estética del viento, del eco de las cosas que le rodeaban con murmullos apenas escuchados y que le daban a su alma más quietud que todas las voces juntas de los hombres.
Y se quedó para siempre en el único sitio.
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Antonio López Alonso recibió la placa que le acredita como Finalista del Premio de Novela Ducado de Loeches y Mención Especial del Jurado en un acto que tuvo lugar en el hotel Palace de Madrid. El jurado reconoció el gran valor literario de la obra y su recuperación del entorno rural para la novela. Recibe la placa de manos de un represetante de GESTESA.
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Premio Ciudad Ducal de Loeches: http://ciudadducal.blogspot.com/
CARLOS II, EL REY AL QUE TODOS CREYERON HECHIZADO
Cuando murió, el 1 de noviembre del año 1700, Carlos II no tenía ni siquiera 39 años. Parecía una anciano de 90. La enfermedad se ensaña con el cuerpo biológicamente inerte, y el último Austria fue sufriendo año tras año diferentes grupos morbosos que hicieron de su vida la de un personaje huidizo y melancólico. Un desecho de hombre. Los años que vivió se injertaron en su mundo de una manera rápida, fulminante. Cada año multiplicado por 10. Raquitismo, trastornos gastrointestinales, hidropesía... En realidad, lo sorprendente no es que muriera con menos de 39 años y apariencia de anciano, sino que llegase a vivir esos casi 39 años.Había nacido en 1661. El 6 de noviembre de aquel año, comiendo en la mesa, Doña Mariana de Austria, sobrina y esposa de Felipe IV, empezó con dolores de parto. Fue un alumbramiento fácil y rápido, y en un breve espacio de tiempo, el rey se encontró con un heredero varón. Bautizado con el nombre de Carlos, la Historia acabaría conociéndolo como El Hechizado.Fue un niño debilitado. La tara de la consanguinidad predispone a niños débiles en lo físico y en lo psíquico. Esta circunstancia innegable propició una crianza complicada y difícil. Carlos II precisó de hasta 14 amas para la lactancia. Su prognatismo facial, evidente ya de niño como en todos los Austrias, dificultaba en extremo aquélla. Es más, algunas amas de cría solicitaron ser relevadas, pues el niño trituraba sus mamas y pezones sin comedimiento.Hasta los cuatro años no se destetó el pequeño príncipe Don Carlos, y los huesos del cráneo aún no estaban soldados a los tres años. Fue en aquella época cuando el embajador francés en Madrid dirigió una carta a Luis XIV en la que comunicaba que, poco antes de cumplir los cinco años, el heredero al trono español «seguía sin saber todavía ponerse de pie al andar».
SATIRAS Y COPLILLAS
El testimonio del diplomático coincide con otros de la época. Degeneración biológica, debilidad física, fontanelas craneales sin cerrar e imposibilidad de caminar hasta bien entrada la primera infancia. La debilidad extrema y esta tardanza en el andar inclinan a pensar en un niño raquítico. Retardo motor, cabeza grande por hidrocefalia, desarreglos intestinales... Males que se corrigen bien hoy, pero no en la época que le tocó vivir a Carlos II y que le dejaron secuelas para el resto de su vida.Y así, invadido de una debilidad extrema, su deteriorada salud, escasa energía y limitación funcional le convirtieron en objeto de sátiras y coplillas por parte del pueblo. Como la que decía: «El Príncipe, al parecer, / por lo endeble y patiblando / es hijo de contrabando / pues no se puede tener».Don Carlos fue desde niño un ser insulso y torpón, con voluntad muy limitada e inteligencia escasa. Melancólico y callado, su adolescencia no estuvo exenta de raptos de cólera ante estímulos nimios.Alonso Fernández lo trata de oligofrénico. Yo prefiero definirlo como ser humano por defecto. Abúlico y penetrable. Inmensamente indiferente. Indoloro. Pero, ¿hasta qué punto oligofrénico?Cuando su madre consiguió que Don Juan José de Austria -hermanastro de Carlos II fruto de la unión de Felipe IV con una actriz- fuese enviado a las guerras del sur de Italia, Carlos II escribió a Don Juan, sin que su madre lo supiera, rogándole que permaneciera a su lado, apoyándole. Mariana de Austria había controlado a su hijo desde siempre, pero ahora el rey eludía tal control.¿No era un oligofrénico, un retrasado mental? ¿Cómo puede entenderse, pues, que rechazara el criterio de su madre y reclamara la ayuda de su hermanastro, odiado por aquélla?Pero aún hay más. Un débil mental se caracteriza, entre otras cosas, porque es muy superficial en sus sentimientos. Y Carlos II no lo fue. Su matrimonio con la francesa María Luisa de Orleans, su primera esposa, no fue un tema periférico para el rey. Fue un asunto profundo, hondo, entrañable durante los poco más de nueve años que duró, desde noviembre de 1679 hasta la muerte de la Orleans, en febrero de 1689. Siendo esto así, los médicos tenemos que cuestionarnos dónde estuvo la frontera de la oligofrenia de Carlos II.Fue pasando la vida del monarca, y en el verano de 1689 se casó con María Ana de Neoburgo, de familia prolífera. Pero tampoco llegaron los hijos con este segundo matrimonio. Y eso fue lo que terminó de hechizar a Carlos II. El tema de su fertilidad podría habérsele achacado a María Luisa, pero con María Ana, cuya madre había tenido 24 embarazos, el pueblo empezó a colocarlo bajo sospecha: él era el impotente.El rey, en su inmensa soledad, perdió la escasa credibilidad que tenía como hombre. Y tanta presión recibió en el mensaje que él mismo se lo creyó. Él mismo asumió el papel de su infertilidad, y él mismo se envolvió en una masacre de demonios, brujas y hechiceros: El Hechizado. Por impotente.
UN SOLO TESTICULO
Si difícil es en ocasiones, decía Marañón, hacer un diagnóstico fiable a la cabecera del enfermo, cuánto más estaremos los médicos sometidos al error al manejar referencias más o menos distantes en el tiempo.García-Argüelles y Alonso Fernández, sin embargo, sí se atreven a juzgar la impotencia de Carlos II como de causa orgánica, por alteración en la secreción testicular. En la necropsia, en cualquier caso, sí se confirma la existencia de un solo testículo, que está, además, claramente afectado: «Un solo testículo, negro como el carbón».En los últimos cuatro años, la maltrecha salud de Carlos II empeoró. Diferentes accesos palúdicos, trastornos gastrointestinales y una insuficiencia cardiaca que terminó en hidropesía se entrecruzaron. Autores como Rico-Avello apuntan que el adelgazamiento, las diarreas, cólicos y vómitos pueden deberse a un proceso tuberculoso.Lo cierto es que Carlos II tuvo dispepsia gastrointestinal toda su vida. Quizá fuese el personaje con prognatismo más acusado de todos los Austrias, y eso complica la masticación. Su afición desmedida al chocolate y los periodos de glotonería intermitentes terminaron de favorecer los problemas digestivos.Pero fue su corazón lo que le llevó a la muerte. «Al rey se le para el corazón y empeora visiblemente. Se le hinchan el vientre, las piernas y la cara», dijo su médico flamenco, el doctor Geelen.Hidropesía la llamaban entonces. Retención de líquidos, edema, ascitis por insuficiencia cardiaca progresiva, decimos ahora.«Le han hallado todas las entrañas... y el corazón tan consumido y seco...», se lee en el Diario de la enfermedad del rey Don Carlos II.
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